El “estar” de Santa Rafaela era un estar de calidad, un estar consciente, con todos los sentidos puestos en juego, un estar contemplativo que le hacía comprender el mundo como un lugar de presencia sagrada, lugar de encuentro con Dios, lugar de celebración de la vida, de reconocimiento mutuo... le hacía comprenderlo también, como ese “espacio universal” al que la adoración y la eucaristía salen dejando atrás los límites de las iglesias, capillas e incluso de la propia comunidad cristiana que celebra. Así, el mundo se hace templo y el templo se hace mundo. ¡Enséñanos, Santa Rafaela, a estar en el mundo como tú!